domingo, 18 de mayo de 2014

MENDIGO O PORDIOSERO





















Edgar R. Espinoza S.

La diferencia entre un mendigo o un pordiosero marca una gran variable que va de acuerdo a sus objetivos.
Extendiendo la mano, la voz quebrada, las órbitas oculares inmersas en la nada, el mendigo exige una moneda. Arrojado con la desnudez de sus carencias, muestra sus padeceres dolorosos en llagas y al instante sentimos temor o repugnancia, sesgando nuestra mirada, damos en ocasiones algo de dinero. Es una imagen patética que nadie quiere mirar para distinguir la mentira o la realidad plasmada ante nosotros, haciendo de la dádiva algo más de conjura que caridad.
Un mendigo es alguien que avergüenza a su comunidad, que estorba y denuncia. Su significado viene del latín mendicus, que significa “defecto” y enmendare que significa “corregir”. Nos recuerda siempre que la indolencia es la peor de las miserias humanas.
El mendigo nunca escoge esa vida o clase de vida. Está allí por las circunstancias. Para ellos, lo más importante en esta vida, es tener algo que llevarse al estómago y un lugar en la calle donde dormir.
La situación del pordiosero es bastante diferente. Extiende su mano y verbo, pero no lo hace a título personal, sino en nombre de Dios. De ahí proviene el término “por amor a Dios” (por-dios-ero). Desde allí reclama e incluso exige más que la compasión, el amor que se disfraza muy bien en la caridad. Hace gala de humildad vestida de harapos y hambre. Significa para nosotros el posible punto de contacto con el bien y la salvación.
El pordiosero no queda en deuda por lo que recibe, por eso nunca agradece, evitando que se establezca relación alguna con la persona que da. En lugar del agradecimiento, lo endosa a un todo poderoso quién pagará con creces el favor recibido: ¡Que Dios se lo pague! dice como si fuera un enviado celeste que promete salvación.
Hay muchos pordioseros de profesión que están muy bien organizados y que por el amor de Dios, han construido grandes edificaciones lujosas y amasadas fortunas.
Todos en el universo somos más mendigos que pordioseros, pues demandamos amor bajo una súplica exigente. Tal vez no pedimos pan, pero si una sonrisa o caricia, porque no existe pobreza más grande que la falta de afecto, que ni siquiera un “que Dios se lo pague” puede llenar.


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